El error de Descartes - Antonio R. Damasio, Entender cómo pensamos.
Desde los tiempos de René Descartes (1596-1650) se ha dado por supuesto que la razón está descargada de toda emotividad. Para pensar mejor, se dice, hay que pensar en frío. De un hombre de temple -un militar en combate, un narcotraficante en un tiroteo, un piloto entre los vientos de altura, un cirujano metido en el huacal que encarcela al corazón- se suele valorar la sangre "fría" porque, aparentemente, no permite que la emoción le nuble la vista ni la capacidad de juicio.
Así lo entendió Antonio Damasio antes de dedicarse a la neurobiología: que las emociones no tenían por qué mezclarse con la razón, de la misma manera en que el aceite no se lleva con el agua. Sin embargo, con los años de estudio lo que era una corazonada se fue trocando en convicción: que la razón no puede desligarse de su contexto emocional, todo lo contrario. Y a esa idea ha dedicado sus dos libros más sobresalientes y comentados: El error de Descartes (1994) y Sentir lo que sucede (1999), ambos publicados en español por la editorial Andrés Bello, de Santiago de Chile, y traducidos, los dos, a más de diecisiete lenguas. No hay libro de las actuales neurociencias que no lo cite profusamente.
Nacido en Lisboa, Antonio Damasio ha trabajado en los últimos años como director del Departamento de Neurología del Colegio de Medicina de la Universidad de Iowa y ha sido profesor adjunto del Instituto Salk de Estudios Biológicos en La Jolla, California. Junto con su esposa Hanna (con la que obtuvo el premio Pessoa) fundó en Iowa City un centro para la investigación de desórdenes neurológicos.
El investigador portugués ha sido reconocido también internacionalmente por sus investigaciones sobre la neurología de la vista, la memoria y el lenguaje, y sobre todo por su contribución a la elucidación del Alzheimer. Una de sus reflexiones más notables es la que ha escrito sobre el caso de Phineas P. Gage, capataz de la construcción de rieles, a quien en 1848 una barra de fierro le atravesó la base del cráneo y sobrevivió sin fallas mentales.
¿Qué quiere decir todo esto? ¿Pensaría mejor Napoleón en el campo de batalla si soslayaba sus emociones? ¿Se muestra más lúcido el político que en el foro argumenta sus razones prescindiendo de toda emoción o integrándola? ¿Por qué y para qué dividir el cuerpo del alma si, como decía Nietzsche, son una y la misma cosa?
Entre las emociones primarias se encuentran la alegría, la tristeza, el miedo, la ira, la sorpresa, la repugnancia, pero las emociones sociales se reconocen con los nombres de vergüenza, celos, culpa, orgullo, y en este sentido ¿sería le envidia una emoción?
No se pueden desgajar estos componentes de la razón, dice Damasio.
El error de Descartes fue meternos en una racionalismo "intocable" que ponía los sentimientos por un lado y la razón por otro. Damasio sostiene que no es así y que los sentimientos, lejos de perturbar, tienen una influencia positiva en las labores de la razón: "En términos anatómicos y funcionales, es posible que exista un hilo conductor que conecte razón con sentimientos y cuerpo."
La relevancia de los sentimientos en la construcción de la racionalidad no sugiere que ésta sea menos importante que los sentimientos. Al contrario: tomar conciencia del papel de los sentimientos nos da la oportunidad de subrayar sus efectos positivos y disminuir al mismo tiempo su potencialidad lesiva. Y esto está relacionado con muchos problemas concretos que hoy enfrenta nuestra sociedad, entre ellos, la violencia y la educación, o la cotidiana exposición de los niños a la violencia en la vida real, las noticias o las ficciones audiovisuales.
La noción dualista de Descartes consiste en escindir el cerebro del cuerpo, como si le mente fuera un programa (software) ejecutado en una computadora (hardware). Pero el postulado primordial de Descartes, "pienso, luego existo", es una falacia: no se puede pensar antes de ser. La mente no es el piloto del barco. Es el barco mismo.
Si Descartes suponía que pensar era una actividad ajena al cuerpo (la separación de la cosa pensante del cuerpo no pensante), los indicios más ancestrales de la humanidad permiten ver que, para sobrevivir, el ser humano se hizo de una conciencia elemental que desembocó en la posibilidad de pensar y después de usar el lenguaje para organizar y comunicar mejor los pensamientos. Primero estuvo el cuerpo, dice Damasio, y luego el pensamiento. "Somos, y después pensamos, y pensamos sólo en la medida en que somos, porque las estructuras y las operaciones del ser causan el pensamiento."
Descartes buscaba un fundamento lógico para su filosofía y creyó que su premisa, "cogito, ergo sum", no necesitaba ningún lugar para existir: "el alma por la cual soy lo que soy es totalmente distinta del cuerpo y más fácil de conocer que éste último, y si el cuerpo no fuera, no cesaría el alma de ser lo que es".
"Este es el error de Descartes: la separación abismal entre cuerpo y mente, la sugerencia de que razonamiento, juicio moral y sufrimiento derivado del dolor físico o de alteración emocional pueden existir separados del cuerpo", concluye Antonio Damasio.
"Resulta paradójico pensar que Descartes, si bien contribuyó a modificar el curso de la medicina, ayudara a desviarla de la visión orgánica, de mente-en-el-cuerpo, que prevaleció desde Hipócrates hasta el Renacimiento. Aristóteles habría estado muy molesto con Descartes".
Entrevista: Antonio Damasio, Director del Instituto del Cerebro y la Creatividad de la Universidad del Sur de California.
Antonio Damasio debe ser uno de los pocos sabios renacentistas que aún quedan sobre la Tierra. El año pasado, este neurólogo portugués afincado en Estados Unidos recibió el último Premio Príncipe de Asturias de Ciencia por sus innovadoras contribuciones a la comprensión neurológica del cerebro, las emociones y el comportamiento del ser humano.
Sin embargo, Damasio no es uno de esos científicos que sólo sabe de microscopios y tubos de ensayo, padeciendo esa forma de ceguera que Ortega y Gasset llamaba «la barbarie del especialista». Muy al contrario, es un hombre cuya ciencia se nutre del pensamiento de los grandes filósofos, como bien reflejan los títulos de sus dos obras más conocidas: El Error de Descartes y En Busca de Spinoza (ed. Crítica).
Durante décadas, este investigador se ha dedicado a bucear entre las neuronas del Homo sapiens, y ha llegado a la conclusión de que es imposible comprender a esos extraños bípedos que somos los humanos sin analizar a fondo las raíces cerebrales del miedo, la alegría, la tristeza, el orgullo, la vergüenza y todo el amplio repertorio sentimental de nuestra especie.
Damasio ha sido el gran pionero en la exploración del territorio emocional del cerebro, y su influencia en todo pensamiento, decisión y acción del ser humano.
De todo ello ha venido a hablar esta semana en Madrid este gran neurólogo de mirada penetrante, invitado por la Fundación Santander Central Hispano dentro de su ciclo de conferencias, Los Enigmas de la Ciencia.
RESPUESTA.- Toda decisión humana es un producto tanto de mecanismos emocionales como de procesos cognitivos. En las especies que nos precedieron, los primeros razonamientos fueron emocionales. Cuando un animal huye de una amenaza, toma esta decisión basándose en un mecanismo emocional: el miedo que le produce un depredador, por ejemplo.
Y también en el caso de los seres humanos, las emociones son componentes fundamentales en la toma de decisiones. Están ahí para ayudarnos a hacer o dejar de hacer algo. Por ejemplo, las decisiones que voy tomando yo ahora mismo sobre cómo voy a contestar a sus preguntas no son puramente racionales ni puramente emocionales, sino que son el producto de un proceso entremezclado de sentimientos -basados en recuerdos de experiencias anteriores- y razonamientos.
R.- Es evidente que hay algunas emociones que son fundamentales para lograr el tipo de comportamientos sociales que consideramos más beneficiosos. Por ejemplo, la compasión, la vergüenza, el orgullo, la admiración por las acciones virtuosas...
Desde muy pronto, los niños expresan estas emociones, y un objetivo fundamental de la educación es canalizarlas para lograr que las reacciones sean las más adecuadas para la convivencia social. Es decir, que surja la compasión cuando se ve a otros sufrir, que se sienta vergüenza tras actuar de forma incorrecta, etcétera.
La educación debe moldear todas estas emociones de forma que favorezca el buen comportamiento, y una de las claves para este proceso de aprendizaje es la recompensa y el castigo, que estimulan ciertos comportamientos y coartan otros. En resumen, el núcleo de todo el sistema emocional de nuestro cerebro es el palo y la zanahoria.
R.- Existen muchos tipos diferentes de violencia. En el caso del terrorismo que han sufrido Madrid, Nueva York y Londres, el origen no es sólo el fundamentalismo religioso, sino el programa político que se ha adherido a estos movimientos, y que exige acciones violentas a sus seguidores. Toda forma de violencia tiene que ver con la falta de control de tendencias que están presentes en la naturaleza humana.
Cualquier ser humano puede ser violento, como cualquier animal. Buena parte del desarrollo de la civilización se ha basado en un respeto cada vez mayor hacia la vida de todas las personas, independientemente de su procedencia, y en un también mayor control de los peores defectos del ser humano, como la mentira y el asesinato.
Pero lo que está pasando ahora es que, debido a que los medios de comunicación facilitan el acceso a todo tipo de información durante las 24 horas del día, ya sea en televisión o por Internet, el potencial manipulador de ciertos grupos radicales se multiplica de forma extraordinaria. Y como estos grupos ofrecen recompensas atractivas a sus potenciales seguidores, nos encontramos con un problema muy serio.
R.- Por supuesto. Sus cerebros estaban condicionados para convencerles que esta masacre iba a ser algo maravilloso para ellos. En primer lugar, porque estaban cumpliendo los deseos de lo que ellos consideraban su dios. Se estaban vengando, como este dios quería, del enemigo que les había atacado y humillado en el pasado. Para ellos, todos los occidentales son culpables de su sufrimiento y de la miseria de su pueblo. Por tanto, en su concepción mental, este dios les ofrece una gran recompensa: una vida eterna llena de placeres.
Y están dispuestos a pasar por todo tipo de penurias con tal de obtener la recompensa divina que ellos creen que recibirán. En este sistema de creencias, al terrorista le merece la pena matar porque logra una gran recompensa emocional cuando asesina a las personas que su cerebro percibe como enemigos. Para nosotros es una visión perversa, pero desgraciadamente es la que tienen ellos instalada en su cerebro.
R.- Desde luego, pero hay que tener en cuenta que esto es lo que caracteriza a la mentalidad que se forja en cualquier situación de guerra, en la que para poder matar, los soldados de un bando deshumanizan y demonizan por completo a los del otro hasta dejar de verlos como personas. La profunda estupidez de todas las guerras -y es evidente que los terroristas islámicos se ven a sí mismos como soldados en una guerra contra Occidente- se refleja en esa terrible concepción mental: el enemigo no es un ser humano.
Sin embargo, es importante darse cuenta de que todos los individuos albergamos potencialmente esa capacidad para ejercer violencia. No olvidemos el caso de los alemanes durante el nazismo, cuando las mismas personas refinadas que escuchaban a Beethoven y Mozart asesinaban a millones de personas de la forma más cruel. Y en estos momentos, tenemos la paradoja de que Estados Unidos, un país que ha sido pionero en la defensa de los derechos humanos, está perpetrando grandes abusos, incluyendo las salvajes torturas que se han conocido recientemente. Por eso es tan importante la educación, concebida como un proyecto para fomentar lo mejor y reprimir lo peor de la naturaleza humana.
R.- El problema es que a muchos niños y adolescentes se les está educando de una forma patológica, porque se les está sometiendo a programas televisivos, películas y videojuegos que son extremadamente violentos. Un estudio reciente ha calculado que un niño estadounidense ve 30.000 actos violentos en la televisión antes de cumplir los 10 años. Quizás esta cifra sea una exageración, pero en cualquier caso es evidente que la televisión y los videojuegos exponen a los niños a muchísima violencia.
Creo que casi todo el mundo que conozco se crió rodeado de muchos tipos de violencia, incluyendo el de las guerras, los libros o los cómics. Pero lo que me parece realmente preocupante de los formatos actuales de violencia es que se presentan en un contexto de diversión, como una forma de puro entretenimiento. Además, muchos niños ven estos programas y se divierten con estos videojuegos sin ningún tipo se supervisión ni control, debido a que sus padres trabajan y sus abuelos no viven cerca de ellos.
Por lo tanto, nadie está allí para advertirles y explicarles que la violencia no es ningún juego. Estoy convencido de que esto ayuda a explicar el aumento en el número de crímenes cometidos por menores.
R.- Siempre que vengo a España me sorprende la cantidad de noticias que veo sobre este tipo de sucesos, y no sé si realmente es un problema peculiar de la sociedad española o simplemente es que en otros países no se informa acerca de ello.
En cualquier caso, si es un problema especialmente relevante en España, es posible que tenga que ver con una tradición cultural que ha fomentado más una visión del mundo en la que el hombre domina sobre la mujer; de forma que la sociedad haya sido tolerante y ha aceptado hasta hace poco este tipo de comportamientos. Como ya le he dicho, el potencial para la violencia está enraizado en la naturaleza de todos nosotros, pero un determinado entorno cultural puede favorecer más o menos este tipo de actitudes.
R.- Es evidente que existen ciertas aptitudes innatas. Basta pensar en el talento musical de Mozart, que evidentemente tenía un oído y una capacidad excepcional para la música. Pero al mismo tiempo, es evidente que ese talento potencial no hubiera servido para nada si Mozart no hubiera sido expuesto desde que era muy pequeño a un ambiente musical que estimuló y fomentó sus habilidades.Doy este ejemplo para enfatizar que aunque, hasta cierto punto, algunas aptitudes cognitivas tengan una dimensión innata, es igual de crucial que exista un entorno en la que puedan desarrollarse.
R.- Son varias cosas las que nos diferencian de forma clara. En primer lugar, la enorme capacidad de nuestra memoria. Ninguna otra especie tiene una capacidad tan grande para retener vivencias y, sobre todo, recuerdos concretos. En segundo lugar, nuestra capacidad para el lenguaje, y la forma en la que podemos usarlo para nombrar y clasificar toda clase de cosas. Y luego está quizás lo más importante, que es nuestra forma de mirar al pasado y plantearnos los posibles futuros que nos esperan.
Otras especies pueden tener recuerdos del pasado, pero con una capacidad de retención muy inferior a la nuestra, pero además lo que nos caracteriza a los humanos es que continuamente estamos haciendo planes para el futuro, ya sea para las próximas horas, días, meses, años y hasta el final de nuestras vidas.
Esto es lo que yo llamo el futuro anticipado, y es algo que nos define exclusivamente a los humanos. A raíz de esta capacidad, continuamente estamos comparando el presente con el pasado y con posibles futuros, y esto es lo que nos hace sentirnos miserables cuando pensamos que hemos fracasado, y felices cuando sentimos que hemos triunfado. Esta es una de las grandes claves del dolor y el placer en el ser humano: las comparaciones que hacemos entre lo que fuimos, lo que somos y lo que querríamos ser.
Quizás tenemos genomas muy parecidos a los de los chimpancés, pero es evidente que hay mucho que nos diferencia gracias a nuestra extraordinaria capacidad para la memoria y el lenguaje.
R.- Si lo hiciera, tendría que replicar el sistema emocional de recompensas y castigos. Un ordenador actual puede replicar ciertos sistemas cognitivos humanos, pero no puede reproducir emociones humanas. Es decir, ¡no sufre! Sólo los sistema vivos puedan enfermar, sufrir y morir. A un ordenador puedes cargártelo de un martillazo, pero no puedes torturarlo o matarlo.
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