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Allen Frances: Un psiquiatra en pie de guerra.

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El prólogo de ¿Somos todos enfermos mentales? Manifiesto contra los abusos de la psiquiatría (Ariel) se inicia con una cita de Newton: «Puedo calcular el movimiento de las estrellas, pero no la locura de los hombres». El cerebro humano continúa siendo una de las últimas fronteras por conquistar, una máquina de conexiones laberínticas y constantes en la que trazar patrones no resulta tarea fácil. Mientras se desvelan sus enigmas, el quinto Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM V, las siglas en inglés) -clasificación de las enfermedades mentales según la Asociación Estadounidense de Psiquiatría- plantea un uso mayor de los psicofármacos, lo que preocupó lo suficiente a Allen Frances para salir de una época de retiro y escribir un libro-manifiesto que ha causado gran debate.



-El título original de su libro es Salvar la normalidad.Quiere preservar el ocasional malestar que resulta del hecho de ser humano.

-Cuando acabamos el DSM IV hace 20 años, me sentí bien. Como fuimos cautos, íbamos a ayudar a prevenir la inflación de diagnósticos. Pero, a pesar de nuestro esfuerzo, crecieron el autismo, el déficit de atención, otros trastornos. Y comprendí que no es solo cómo se escribe el manual, sino también cómo se usa. Las empresas farmacéuticas tienen un poder tremendo y billones de dólares para promover la enfermedad con el fin de vender pastillas. Y fueron convincentes a la hora de hacer creer que los problemas cotidianos no tenían que vivirse, sino que podían tratarse con una pastilla. Si te sentías triste, no era parte de la condición humana, sino un trastorno mental debido a un desequilibrio químico.

-La solución era tomar una pastilla para que lo corrigiera.

-Sí. Si observas la situación de España, puedes ver un alto nivel de paro, gran incertidumbre económica... Esto crea sentimientos de preocupación y tristeza. Eso, en realidad, no es una enfermedad mental. Es una reacción normal a unas circunstancias sociales. Y hemos convertido las enfermedades de la sociedad en problemas del individuo.

-En una entrevista a Louis C. K., el cómico norteamericano, explicaba por qué no iba a comprar smartphones para sus hijas. Esos aparatos distraen en exceso a la gente de la tristeza y del no hacer nada, y según él hay que aprender a estar triste, es parte de la naturaleza humana.

-En el libro Un mundo feliz, de Aldous Huxley, cada persona toma cada día una pastilla que le hace feliz. El escritor no pretendía que fuera una utopía, sino una distopía: un mundo terrible donde todos somos iguales, con la misma sonrisa en el rostro todas las horas del día. Ser humano es tener problemas. Durante miles de años, la gente ha tenido que lidiar con cosas mucho peores de las que nosotros nunca veremos. Los seres humanos somos resistentes, podemos luchar con toda clase de problemas.

-¿Las redes sociales y su exhibicionismo permanente han generado una obsesión poco sana por la felicidad absoluta constante?

-Uno de los problemas de las redes sociales y de los medios en general es generar la impresión de que existe un mundo muy feliz ahí fuera, en el que la gente es exitosa y nunca tiene problemas; y por comparación, tu mundo es oscuro, pequeño e infeliz. Pero generalmente las cosas que dan felicidad son pequeñas. Ganar la lotería, comprarse un yate, no tiene por qué hacer feliz a una persona. Las cosas que nos hacen felices están en nuestro ADN y son la sonrisa de un niño, un chiste, un abrazo. Y los placeres cotidianos son una taza de café, el periódico de la mañana. Pero es posible que al ser bombardeado con imágenes glamurosas, tengamos expectativas exageradas sobre qué necesitamos para ser felices.

-Volviendo al tema de la normalidad, existe un problema que analiza en su libro: la dificultad de establecer qué es lonormal.

-La diferencia entre trastorno mental y normalidad es una construcción social. No hay prueba psicológica, no hay línea clara. Pero la gente con un problema severo es fácil de identificar. Son el 5% de la población y son gente que no recibe la ayuda necesaria. Deberíamos enfocarnos en ellos en lugar de meterlos en prisiones o dejarlos en la calle. Si los síntomas son severos, si incapacitan, si afectan a grandes aspectos de la vida, esa persona necesita ayuda. Si los síntomas son tibios, recientes y explicables, es otra historia, Cuando pierdes al amor de tu vida, debes sentir pena. Es parte de la condición humana. Lo más normal del mundo. No sentir dolor por la pérdida sería irrespetuoso con la relación.

-Pero parece más fácil recetar una pastilla que tratar de indagar en los problemas del paciente.

-En mi opinión es un problema, sobre todo, de la medicina general. La mayoría de la medicina psiquiátrica no la recetan los psiquiatras sino los doctores de atención primaria. Ven al paciente durante siete minutos y les recetan una pastilla. No saben mucho de psiquiatría, no saben mucho del paciente. No tienen tiempo ni conocimiento para tratar su problema. Hipócrates dijo: «Es más importante saber qué clase de persona padece una enfermedad, que saber qué clase de enfermedad padece una persona». Lleva tiempo conocer al paciente y las presiones sociales que siente, y las reacciones que estas le provocan.

-¿Y qué hay de los niños? ¿No es terrible para su desarrollo normal que este sobrediagnóstico psiquiátrico les alcance?

-Los niños van a estar sobremedicados. Y los padres han de protegerles contra eso. Las compañías farmacéuticas saturaron el mercado adulto y ahora están yendo a por los niños, porque pueden ser clientes a largo plazo. La inmadurez se está redefiniendo como enfermedad, y está siendo tratada con pastillas. Estamos haciendo un enorme experimento con nuestros niños dándoles pastillas que afectan a su cerebro y no sabemos cómo los dejará en el futuro. Algunos niños necesitan medicamentos, pero el número está creciendo no porque los niños estén más enfermos, no porque sepamos que las medicinas son buenos para ellos, sino solo por la publicidad de las farmacéuticas. Los padres necesitan estar informados, estar prevenidos contra la medicina comercial.

-¿Hasta qué punto influyen las farmacéuticas en la creación de nuevos tipos de diagnosis?

-No creo que tengan poder en ese sentido, pero sí saben vender la enfermedad. Gastan dinero en márketing y en influir a los políticos. De todos modos, quiero dejar claro que nadie que lea esto debería parar bruscamente de tomar su medicina. Si has estado bajo la supervisión de un médico, es posible que necesites la medicina. Si decides dejar de tomarla, debe ser de forma estudiada, supervisada y, que quede claro, gradual, porque muchos medicamentos crean síndrome de abstinencia.

-¿El paciente podría tener parte de culpa? ¿No puede haber quien prefiera tomarse unas pastillas a enfrentarse a sus problemas?

-Algo tan sencillo como dormir, o hacer ejercicio, ayuda mucho. No hay una industria que promueva el ejercicio como forma de liberar ansiedad y escapar de la depresión y de las tristezas. Si pudiera recomendar algo a los españoles para mejorar su vida, sería hacer ejercicio y dormir, porque sé que ustedes por aquí duermen poco. Estoy asombrado (risas). Cenan a las nueve o las diez, no se van a dormir hasta la una y después se levantan temprano igualmente. ¡Es insostenible para el cuerpo!

-¿Cuáles han sido los mayores avances de la psiquiatría en los últimos años?

-Ha habido grandes descubrimientos en neurociencia básica y genética. Estamos aprendiendo un montón sobre cómo funciona el cerebro, y sobre cómo vamos del ADN a convertirnos en personas. Todo eso es increíble. Pero nada de eso ha ayudado a comprender el cerebro. Es demasiado complejo; es el órgano más difícil de entender. Va a llevar mucho tiempo, seguramente décadas, comprender los motivos del trastorno mental de cada persona.


Allen Frances: Un psiquiatra en pie de guerra.

«Vamos camino de ser una sociedad adicta a las pastillas». Allen Frances, una referencia mundial de la psiquiatría, sabe de qué habla. Tras dirigir el DSM-IV en 1994 el manual que establece qué es un trastorno mental y qué no, abre fuego contra quienes han elaborado la nueva edición. Asegura que la industria farmacéutica «ha ganado por goleada».

Allen Frances, nacido en Nueva York en 1942, es un psiquiatra con 47 años de experiencia. Fue decano de la Facultad de Psiquiatría de la Universidad de Duke y uno de los padres de los DSM. Asume su parte de responsabilidad en todo lo que critica.
Es uno de los padres de la psiquiatría moderna, pero se ha convertido en un renegado. Así ven a Allen Frances muchos de sus colegas. Y aún más los laboratorios farmacéuticos. Frances impulsa una cruzada contra el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, el influyente DSM-5, elaborado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría y considerado como la referencia mundial sobre enfermedades mentales.Supervisó la edición anterior (DSM-IV, publicado en 1994) y ya entonó el mea culpa porque, en su opinión, la industria farmacéutica consiguió meter baza para que se recetasen millones de pastillas a gente que no las necesitaba. Ahora denuncia en su libro ¿Somos todos enfermos mentales? (Ariel) que el DSM-5, ya en vigor, es mucho peor...
XLSemanal. En una fiesta, usted se percató de que algo iba mal con el nuevo manual...
Allen Frances. Sí, era una fiesta de psiquiatras que trabajaban en su redacción. Estaban eufóricos... Después de una hora de charla con mis colegas, me di cuenta de que me podían diagnosticar cinco enfermedades mentales según los nuevos criterios. Y le aseguro que soy una persona de lo más normal.
XL. ¿Qué enfermedades?
A.F. Me encantan las gambas y las costillas. Y cada vez que pasaba un camarero con la bandeja cogía... Es un claro síndrome del comedor compulsivo. Además, se me olvidan los nombres y las caras, lo que puede considerarse como un trastorno neurocognitivo menor. Mis preocupaciones serían fruto de un trastorno mixto ansioso-depresivo. Soy bastante hiperactivo y despistado, síntomas de trastorno de déficit de atención adulto. Y la pena que siento por la muerte de mi esposa se puede diagnosticar como un trastorno depresivo... ¡Ah!, y todo eso sin contar las rabietas de mis nietos, que padecerían un trastorno desintegrativo infantil.
XL. Usted lideró la elaboración del manual anterior y ya fue muy crítico...
A.F. Sí. Y eso que fuimos muy cautelosos a la hora de introducir cambios. De hecho, solo aceptamos dos de los 94 nuevos trastornos propuestos. Pero no sirvió de nada. La industria farmacéutica buscó los resquicios para meternos varios goles. Y a pesar de nuestras mejores intenciones, hemos asistido a varias epidemias psiquiátricas en los últimos años.
XL. ¿Cuáles?
A.F. Trastorno por déficit de atención, autismo y desorden bipolar. Se ha diagnosticado a millones de personas, que ahora dependen de antidepresivos, antipsicóticos, ansiolíticos, somníferos y analgésicos. Nos estamos convirtiendo en una sociedad adicta a las pastillas. El 11 por ciento de los adultos y el 21 por ciento de las mujeres de los Estados Unidos tomaron antidepresivos en 2010; el 4 por ciento de nuestros niños toman estimulantes; el 25 por ciento de los ancianos en asilos han tomado antipsicóticos. Hay más visitas a urgencias y más muertes a causa de los medicamentos que por culpa de las drogas ilegales compradas en la calle. Las compañías farmacéuticas pueden ser tan peligrosas como los cárteles de la droga.
XL. ¿Los laboratorios presionan a los que redactan el DSM?
A.F. No directamente. Pero siempre están a la expectativa, buscando entre líneas las oportunidades de negocio. Aprovechan cualquier ambigüedad, cualquier trastorno no suficientemente definido... Y luego tienen un marketing muy potente que dirigen a los pacientes, con anuncios en televisión, revistas, Internet; y también a los médicos de atención primaria. El 80 por ciento de las pastillas las recetan médicos de cabecera después de una consulta de siete minutos.
XL. ¿Y qué cree usted que va a pasar?
A.F. El nuevo manual ha introducido muchos trastornos que en realidad son las reacciones normales de la gente normal a las vicisitudes de la vida. El resultado es que habrá nuevas epidemias psiquiátricas. Y eso se traducirá en un consumo excesivo de fármacos que pueden ser muy dañinos, además de caros. La triste paradoja es que se está medicando a mucha gente que no los necesita. Y no se trata a los que de verdad los necesitan. En los Estados Unidos tenemos a un millón de enfermos mentales en las cárceles.
XL. Pero los DSM tienen un prestigio enorme...
A.F. Hasta los años ochenta eran unos libritos que no leía casi nadie. Pero llegó el DSM-III, un libro muy gordo que se convirtió en un superventas y a partir de entonces estos manuales se consideran la biblia de la psiquiatría.
XL. ¿Por qué?
A.F. Porque tienen un gran impacto en la vida de las personas: señalan a quién se considera sano y a quién enfermo, qué tratamiento se aplica, quién lo paga, quién recibe prestaciones por invalidez, a quién se contrata, quién puede adoptar un niño o quién puede contratar un seguro; si un asesino es un criminal o un enfermo mental, qué indemnizaciones corresponden en un juicio...
XL. ¿Cuáles serían los principales errores del nuevo manual?
A.F. El peor es convertir el duelo normal por un ser querido en una depresión grave. Si pasas más de dos semanas melancólico y sin apetito, ya se puede diagnosticar y recetar medicación. Me parece una ofensa a la dignidad. Todos los seres humanos, incluso muchos mamíferos, experimentan el sentimiento de pérdida.
XL. ¿Alguno más?
A.F. Las lagunas de memoria propias de la edad se convierten en un desorden neurocognitivo. Y, por tanto, una tentación para el abuso comercial.
XL. Pero algo ayudarán las pastillas...
A.F. No hay tratamiento preventivo para las demenciales seniles. No es algo que se solucione con pastillas. Pero creemos que son la panacea y nos acostumbran a ellas desde niños. Para tratar los berrinches infantiles, por ejemplo. ¿Nuestros hijos están más perturbados que los de generaciones anteriores o son víctimas de los intereses comerciales de los laboratorios?
XL. No lo sé. Dígame usted...
A.F. Los niños son muy difíciles de diagnosticar. Influyen factores como la madurez o el desarrollo. Los más jóvenes de clase son los más propensos. Un niño puede parecer muy alterado esta semana y mucho más tranquilo a la siguiente. Deberíamos ser muy cautelosos en el diagnóstico. Y los padres deberían buscar segundas opiniones. Los psiquiatras infantiles a menudo son muy osados y los niños acaban pagando el pato. Según un estudio, el 83 por ciento de los menores de 21 años cumplían los requisitos para que les fuera diagnosticado un trastorno mental. Con el nuevo manual, esta cifra se puede aproximar al cien por cien.
XL. ¿No exagera?
A.F. La historia de la psiquiatría es una historia de modas en los diagnósticos. Las modas vienen y van. De repente, todo el mundo parece tener el mismo problema. Luego, la epidemia pasa y ese diagnóstico desaparece de la circulación. En el pasado se diagnosticaron miles de casos de vampirismo, de posesión diabólica, de neurastenia... Las modas dependen de la combinación de una idea que parece plausible y de nuestro instinto gregario de imitación.
XL. ¿Le preocupa que algunos aprovechen su mensaje para arremeter contra la psiquiatría?
A.F. Yo creo en la psiquiatría. He tratado a miles de pacientes que se han beneficiado. Lo que me preocupa es que la psiquiatría exceda su ámbito de competencia. Un buen diagnóstico y un tratamiento cuidadoso salvan vidas y las mejoran. Pero un exceso también hace mucho daño. Y, a la larga, la gente puede perder la fe en la psiquiatría y no buscar tratamiento, lo cual puede ser fatal.
XL. ¿Y qué se puede hacer?
A.F. Creo que es muy importante defender la normalidad y también la psiquiatría. Tenemos que controlar mejor el sistema de diagnóstico. Y controlar a los laboratorios. Hace falta más psicoterapia para problemas menores y sobra medicación. Necesitamos mecanismos para vigilar los nuevos diagnósticos de manera tan escrupulosa como se hace con los nuevos fármacos. Y debemos gastar mucho más dinero para tratar a las personas realmente enfermas. En los Estados Unidos se han perdido un millón de camas psiquiátricas en el último medio siglo. Estos pacientes han sido abandonados por el sistema.
XL. ¿Dónde trazamos la línea de lo que es normal?
A.F. La mayoría de nosotros somos bastante normales. Lo que pasa es que somos diferentes. La naturaleza es sabia. Ha tirado los dados billones de veces y sabe que la diversidad es la mejor apuesta para sobrevivir a largo plazo. Los humanos no somos tan sabios. Tenemos una tendencia bastante idiota a jugarnos el futuro a una sola carta.
XL. Explíquese...
A.F. Piense en la agricultura y la ganadería modernas. Nuestra fuente de alimentos depende ahora de un enorme monocultivo global de plantas y animales genéticamente homogéneos. No hemos aprendido nada de la hambruna irlandesa de la patata. Una plaga agresiva y pasaremos hambre.
XL. ¿Y qué tiene que ver eso con la industria farmacéutica?
A.F. Mucho. Los laboratorios están decididos a formar un solo monocultivo humano, un hombre estándar. Cualquier diferencia humana se convierte en un desequilibrio químico que hay que tratar con una pastilla. Transformar las diferencias en enfermedades es una de las mayores genialidades comerciales de nuestro tiempo, a la altura de Facebook o Apple. Pero es muy peligroso y muy dañino. La diversidad humana tiene alguna utilidad. Nuestros antepasados triunfaron porque en la tribu coexistían varios talentos. Había líderes narcisistas, seguidores felices de depender del líder, paranoicos que detectaban los peligros, personas obsesivas que hacían bien su trabajo, exhibicionistas que conseguían pareja...
XL. ¿Entonces estamos todos un poquito 'pirados'?
A.F. Darwin decía que si éramos capaces de sentir tristeza, ansiedad, pánico, disgusto o rabia, ello se debía a que todas esas emociones nos ayudan a sobrevivir. Necesitamos llorar la pérdida de seres queridos o nunca los habremos amado de verdad. Necesitamos preocuparnos de las consecuencias de nuestros actos o nos buscaremos problemas. En fin, lo que hacemos siempre lo hacemos por alguna razón...
XL. ¿Se ve usted como una especie de oráculo al que pocos hacen caso?
A.F. Sé que formo parte de una minoría. Pero considero que no es una batalla perdida. Hace unos años, la industria tabaquera era igual de poderosa que la farmacéutica. Además, nuestra causa es justa.
XL. ¿Qué le diría a sus colegas?
A.F. Que se acuerden del juramento que hicieron. El legado de Hipócrates es hoy tan válido como hace 2500 años: sé modesto, conoce tus limitaciones y no hagas daño.
Cinco enfermedades que no lo son...
... «y que se pondrán de moda», alerta Frances. Sus 'síntomas' son parte de la vida cotidiana y no tienen ni una definición precisa ni un tratamiento eficaz.
Duelo por la pérdida de un ser querido. Durante un tiempo, la gente experimenta, en su proceso de duelo, los mismos síntomas de la depresión. Tristeza, pérdida de interés, falta de sueño y apetito, disminución de la energía y dificultades para trabajar son la imagen clásica de la pena profunda. Un trastorno depresivo mayor no se debería diagnosticar si la persona no tiene ideas suicidas o delirantes ni presenta síntomas graves, prolongados e incapacitantes».
Rabietas de los niños. Lo han bautizado como trastorno de desregulación disruptiva del estado de ánimo... Se convertirá en un cajón de sastre para medicar a niños que no lo necesitan, dependiendo de la tolerancia del médico, la familia o el colegio a estos niños 'incómodos'. Un berrinche es una forma de expresar rabia o angustia. Casi nunca es señal de un trastorno. Las rabietas comunes es mejor ignorarlas. Las persistentes pueden requerir una valoración».
Problemas de memoria en la gente mayor. Los mayores olvidan dónde han dejado las llaves o las gafas. La pérdida de capacidad mental es ya una afección: trastorno neurocognitivo menor. Califica a gente que no sufre aún demencia, pero que, al mostrar signos de deterioro, podría desarrollarla en el futuro. Lo defendería si hubiese una terapia preventiva, pero no existe. Sí habrá un boom de tomografías, punciones lumbares y medicaciones. La industria médica hará su agosto».
Falta de concentración. El trastorno por déficit de atención, que prolifera entre los niños, también causará una epidemia en adultos. Se diagnosticará a gente insatisfecha con su capacidad de concentración, a universitarios en época de exámenes, a gente que necesite mantenerse alerta muchas horas, a camioneros... Abre la puerta para recetar estimulantes que mejoren el rendimiento, y también con fines recreativos: un coladero para el mercado ilegal».
Glotonería, obesidad. Se llama trastorno por atracón. Basta con darse una comilona a la semana durante tres meses para padecer esta supuesta enfermedad. Lo padecería el cinco por ciento de la población, pero su diagnóstico se disparará en cuanto el público y los médicos sean 'educados' por la industria farmacéutica. Sería una respuesta a la epidemia de obesidad, pero esa epidemia no es fruto de un trastorno psiquiátrico, sino de los malos hábitos alimentarios».

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