Lo único que es un fin en sí mismo es el hombre, nunca puede ser utilizado como medio - Kant

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Sobre “Conocerás al hombre de tus sueños” de Woody Allen

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Seguramente para muchos la calidad de la película de Kiarostami “Copia certificada [1]” será discutible. Pero habrá unanimidad en que la escena en el toilette en la que Juliette Binoche se pinta los labios está llamada a ser un clásico.
Ella ha dejado a su pareja en la mesa de un restorán Italiano y va al baño a retocarse. Ambos, el hombre y ella, ya no son tan jóvenes y algo se ha quebrado en la relación. La escena la muestra mirando a la cámara como si lo hiciera ante el espejo, saca de su bolso un lápiz labial y se pinta la boca de un color rojo muy intenso.

Y cuando lo hace, sin que medie ningún otro efecto visual, o si lo hay no lo notamos, somos testigos de una transformación maravillosa: Binoche, naturalmente, es una mujer de un rostro muy bello pero al pintarse los labios ante nosotros la vemos iluminarse como si hubiesen encendido las luces.
Siempre es algo fascinante la circunstancia en que una mujer se maquilla, seguramente porque es uno de los puntos en los que se produce el pasaje hacia ese campo íntimo de la “mascarada femenina”, territorio misterioso del que en general se habla poco y que parece estar mejor en el secreto. En varios lugares Lacan se queja de no poder obtener de las mujeres ni una palabra del goce que les es propio, razón por la que tuvo que deducirlo lógicamente como lo Otro del goce fálico. [2]
Últimamente, lo vertiginoso de de la vida hace que muchas mujeres se maquillen en el auto o en el tren antes de llegar a su trabajo y eso nos permite presenciar ese rito mágico que antes estaba reservado a la esfera privada y que parece tocar algo de lo que Lacan llama el goce de La mujer.
Algunos travestis intentan capturar eso. Durante algún tiempo atendí a un hombre que, siendo en lo cotidiano casado, padre de familia y bastante rudo, una o dos noches por semana se vestía de mujer para ir a algunos bares. El mundo, me explicó, tiene muchos prejuicios respecto a esto y lo traduce enseguida a términos de homosexualidad. Pero él había concluido que su goce, como el de Tiresias, se alcanzaba en el punto de la transformación, por medio del maquillaje, de hombre en mujer. Cada vez que le era posible, invitaba a alguien a presenciar cómo se pintaba y le producía un gran placer que otros apreciaran su mutación. Pero es seguro que él nunca alcanzaría eso que Juliette Binoche nos entrega generosamente.
En “Copia certificada” somos testigos de algo prodigioso: ese instante en el que una mujer se torna objeto de deseo, o mejor dicho, en el que ella, como sujeto, queda oculta tras el velo fascinante del maquillaje. Y la escena es muy certera porque privilegia, de entre los innumerables afeites y cosméticos a los que una mujer puede echar mano, el rouge, el color rojo de la boca.
El rouge es emblema, símbolo, metáfora, pero sobre todo signo indicativo del demonio, del sexo, del erotismo, de lo ardiente, de lo audaz, del peligro, de la sangre, del abismo. Pintura de guerra, arma, en la película ella parece decidida a reconquistar a un hombre que se ha ido alejando de su vida.
El simbolismo de la boca pintada es bien fuerte al punto que, más tarde, al fallar su intento de recuperación de la pareja, lo primero que hará será quitarse esa pintura de labios, como si de esa manera regresara del mundo divino a su posición mortal, como si volviera a ser el sujeto abandonando el Ideal.
Y no se puede negar que esa boca roja es distintiva de un goce que no es el del varón y que forma parte de una experiencia propiamente femenina. Esas boquitas pintadas, como les llama Manuel Puig, un símbolo que nos llega a todos desde vaya a saber qué arcano. Y debemos homenajear en Puig la agudeza con la que percibe la naturaleza femenina cuando encuentra lo más real en lo superficial y más autenticidad en la frivolidad que en lo serio. Puig consigue hacernos ver algo de ese goce que muchos han buscado en lo profundo mostrando una charla banal, la moda, el arreglo, en todos los detalles que son observados desde la posición del niño en su madre.
Pero hay un pequeño signo, porque si una boca roja es signo acá se trata del signo sobre el signo que debemos destacar como signo de lo real en la película. Es un detalle casi insignificante pero que da a la escena un peso decisivo, que es que, cuando ella se pinta la boca, cuando pasa el carmín por sus labios, comete un exceso: el rouge se corre por fuera del borde de su boca haciendo un pequeño defecto. Durante unos poquísimos segundos ese desgarro permanece ahí, arruinando todo, y crea una angustia en el espectador que se calma de inmediato pero solo cuando ella toma un pañuelo de papel y corrige el error, limpia el exceso que había quedado en un borde de su boca.
Es genial porque revela algo que es muy difícil de explicar y que la película nos presenta en toda su intensidad. Si el defecto en el maquillaje hubiera quedado ahí sin corregir, estaríamos frente al extravío. Es sencillamente así. La angustia es porque el rouge embellece, es un atractivo y es un conspicuo representante de la mascarada femenina pero si se sale del borde, y esta es la palabra que mejor define esto, si se sale del margen de contención que implica el borde de la boca, se produce un pasaje a lo grotesco.
Ese desborde es una de las cosas más temidas en la experiencia humana y son infinitos los recursos a los que se apela para evitarlo en todo el mundo y a lo largo de la historia. Lacan ha situado esto como lo ilimitado, el estrago que retorna de un goce sin límite. Porque lo que él pone en primer plano es que existe el goce pero también el derecho, que viene a distribuir un quantum posible para ese goce. Que hay el goce y hay el borde. Y en el juego entre estas dos dimensiones es que se juega la experiencia humana, lo que está dentro de los límites y lo que se sale de ellos.
El temor a las consecuencias de ese extravío, de ese sin límite, impone a las mujeres, no solo a ellas claro, pero especialmente a ellas, cierto orden, cierta obligación de un punto de fijación, un mantenerse siempre dentro de márgenes, un evitar los desbordes que la situarían como “loca”. Es en relación a esto que Lacan intuye que la mujer tiene una relación estructural con la locura.
La mascarada femenina, ese rouge con el que pinta su boca Juliette Binoche, es signo de la inexistencia de La mujer, es decir, como no hay un significante que venga a decir qué es una mujer y entonces a ese lugar vacío hay que ponerle algo que lo recubra a la vez que le da un nombre y una imagen. La boca roja quiere decir algo para el que la ve, pero ese algo es imposible de definir, es signo de una inexistencia. Es un semblante, la posibilidad de ser otra para ella misma.
Pero el correrse el rouge es signo de un peligro, implica el soltarse las amarras que aseguraban un vínculo al falo y entonces La mujer existe: locura.
El personaje del último Guasón en la saga Batman [3], personificado por el malogrado Heath Ledger, muestra ciertamente cómo el hombre puede desear, envidiar incluso esas posibilidades del rouge en la mujer y lo hace mostrando cómo eso solo es posible para el hombre desde la demencia, desde la descomposición de la personalidad en una bufonada que ni siquiera se aproxima a lo femenino, a la vez que demuestra la inexistencia y la imposibilidad de alcanzar el goce de La mujer. Es una payasada. Pero hay que decir que lo genial del personaje de Ledger es que hay algunas mujeres que se parecen al Guasón, mujeres en las que el maquillaje se torna una máscara ridícula bajo la cual se esconde algo siniestro.
Juliette Binoch, en cambio, parece en esa escena mostrarnos un momento de goce femenino, un momento que es privado, encerrado en las paredes de un toilette y frente a sí misma en el espejo. Podríamos pensar entonces que el goce femenino no se alcanzaría tanto en el momento en que es vista por los demás con los labios pintados, sino en ese acto privado, solitario, ritual, en el que ella, al maquillarse, se interroga una vez más ante su propia imagen.
Y preguntarnos también quién le enseñó a pintarse los labios a esta actriz. Casi seguro que no ha sido Abbas Kiarostami, el director. Pero podemos imaginar que ella misma fue testigo del acto de pintarse la boca su madre. Es posible, quién sabe, que su madre le haya enseñado la técnica, y la forma de evitar y corregir los excesos, los del rouge y todos los otros, todos los bordes en los que la vida de una mujer se mueve, los bordes de la falda, del escote, de la conducta, de la moral, lo que finalmente le sirvió para realizar la escena. Pero seguramente no hizo falta una explicación, probablemente a la niña le bastó con mirar en silencio a su madre pintarse los labios y luego ensayar ella sola ese acto ante el espejo hasta aprenderlo. ¿No es así como
se transmite eso de una mujer a otra?

[1] Copie conforme, Francia 2010. Dir, Abbas Kiarostami
[2] Lacan, Jacques. El Seminario 20, Aún. La otra satisfacción. Paidós
[3] The dark nigth. USA, 2008, dirigida por Cristopher Nolan, con Cristian Bale, Michel Cane y Heath Ledger

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