martes, 8 de julio de 2014

Lacán y el origen del mundo. Cuando Lacan conoció a Picasso

Jacques Marie Lacan era hijo de padres católicos. Tanto él como sus dos hermanos fueron llamados “Marie”, por la virgen María.
Lacan conoce a Pablo Ruiz Picasso a mediados de los años 30 en París. El malagueño ya era toda una celebridad. El francés iba en camino de serlo. Joven psiquiatra, bajo influencia de Gaetian de Clerembault, Henri Claude y Henri Ey, había hecho una brillante carrera en el Hospital Saint-Anne (y otros centros sanitarios) de la capital francesa hasta encontrar un caso clínico que como anillo al dedo calzó a la perfección en sus teorías sobre la paranoia, estudiadas sobre el terreno, en los clásicos y en los escritos técnicos de Freud, que conocía casi a la perfección, tanto como la filosofía de Spinoza. La presentación de su tesis de grado, “De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad”, en 1932, es simultánea con el comienzo de su análisis didáctico con Rudolph Loewenstein, que duró seis años, agitados por la presencia de sus nuevos amigos, surrealistas, freaks, marginales al establishment de la psiquiatría dinámica a la que Lacan adhería y que gradualmente iba abandonando a causa de su estudio del corpus freudiano, y también de su vida sentimental, acaso sólo comparable a la de Picasso pero desplazada por diversas cuestiones de la de Bataille.

Durante esos años, Lacan sostiene una relación con Marie-Therese Bergerot (quien se dice pagó parte de la publicación de su tesis) y otra, paralela, desde 1929, con Olesia Sienkewicz (dactilógrafa de la misma tesis) y ex esposa del escritor Pierre Drieu la Rochelle, amigo del doctor y amante, por esa época, de nuestra siempre curiosa Victoria Ocampo, que dicho sea de paso, conoció a Lacan, apreció su inteligencia y su vivacidad en oposición a la languidez y melancolía de Drieu, a quien sin embargo estuvo ligada, como la misma Sienkewicz, hasta su suicidio, en 1945.

La tesis de Lacan no tuvo ningún eco en el ambiente académico, ni una sola reseña. Sigmund Freud mismo recibió una copia que la leyenda dice que jamás leyó y que despachó en enero de 1933 a París de manera escueta: “Gracias por el envío de su tesis”. El eco que no tuvo en ese ambiente, sin embargo, fue opuesto al alborozo de los círculos literarios, especialmente del surrealista, y de Salvador Dalí, que veía cómo su método paranoico-crítico era retomado por otros discursos. En pocas palabras, Lacan impugnaba una causa única, orgánica, para la psicosis: reivindicaba determinaciones múltiples. La locura corresponde a una existencia, a una historia personal que afectada, provoca una deformación del yo. Es decir, existe un antes y un después del desencadenamiento, y una cura o atenuación del delirio no sería imposible.

Al parecer, Lacan se equivocaba en muchas cosas, pero acertaba en intentar una interlocución con Freud, si se tienen en cuenta ciertos mecanismos funcionales que detallaba. Sin suerte, seguirá en sus trece, y se arrojará al continente negro de la sociología y de la antropología de punta, pero dedicando más horas que nunca al estudio de la obra de Freud. 

Inevitablemente, languidece su pasión por Olga cuando conoce a Marie-Louise Blondin, “Malou”, hermana de un compañero de estudios, Sylvain Blondin, doctor y también coleccionista de arte, que introduce a Lacan en ese universo. Pero psiquiatra y médico generalista de alta cultura antes que psicoanalista, para casarse con “Malou” y avanzar en sus cursos sobre Hegel que inicia con Alexander Kojeve, necesitará de urgencia multiplicar su cartera de pacientes. De viaje de bodas fueron a Roma. Lacan pasó gran parte del tiempo recorriendo las iglesias y viendo las obras de arte religioso. Con su esposa Marie tuvo hijos pero, al mismo tiempo que la embarazaba, se hizo amigo de George Bataille. Antes, saludada la tesis sobre la paranoia por René Crevel, Paul Nizan y Dalí, Lacan hace un breve paso por la revista Minotaure, de la que no participa André Breton pero donde suele ilustrar Pablo Ruiz Picasso.

Para entonces, Picasso no sólo era reconocido sino también millonario y mujeriego. Casado con Olga Kokhlova, enseguida toma como amante a una joven de 17 años, Marie-Thérese Walter, hasta que a principios de 1936 conoce en el café Deux Magots a Dora Maar. Picasso estaba esa noche junto al poeta Paul Eluard. La escena es relatada por John Richardson, autor de la mejor biografía sobre el malagueño, quizá con un resto épico: “Sentada ella sola en el café, jugando a una especie de ruleta rusa. Tras quitarse los guantes negros, Dora colocó la mano izquierda sobre la mesa y comenzó a clavar una navaja entre los dedos extendidos. De vez en cuando le fallaba la puntería, se pinchaba un dedo y empezaba a sangrar en abundancia. Según Francois Gilot, que menciona esta anécdota masoquista en sus memorias, aquel incidente hizo que Picasso se interesase por ella. Estaba fascinado. Le pidió los guantes negros y los guardó en una vitrina”. No se separaron más… hasta 1943, pero el pintor abandonó a Olga, nunca a Marie-Thérese, con quien Dora tenía unas peleas descomunales. Picasso: “La dejé porque tenía miedo. Miedo de su locura. Dora estaba loca mucho antes de enloquecer de verdad”.

Entretanto, Bataille, Michel Leiris, André Masson, Roger Caillois y Pierre Klossowsky se embarcan en el proyecto de publicar una revista, Acephale, al tiempo que siguen los cursos de Kojeve. Nietzscheanos, miembros de una suerte de sociedad secreta, se intercambian mujeres, practican coprofagia (Picasso, según Dora, era un artífice consumado), hacen un culto de la transgresión. De la revista publican cinco números y pasan a otra cosa. Dora había sido una de las tres amantes de Bataille (otra de ellas era Simone Weil, la mística autora de “La condición obrera”).

Entonces casado con la actriz Sylvia Maklés, que no participa de esos rituales y harta de Bataille, responsable de la teoría de que los burdeles deberían ser, en París, las verdaderas iglesias, que junto con Breton lideraba el surrealismo de izquierda representado en la revista Contre-Attaque, el final se precipita. Cuando aparece Lacan médico personal de Picasso quien se enamora perdidamente de Sylvia, que rompe sus cadenas. “Malou” es un recuerdo. Instalados en la 5 Rue de Lille, al lado del departamento de Tristan Tzara, se casarán recién en 1946, cuando la batalla por el “retorno a Freud” haya incubado en la cabeza del psicoanalista que hará alguna de sus primeras armas con una de sus conocidas.



En 1937, la mujer de Bataille, Sylvia, se convirtió en la amante de Lacan. Para algunos, Geoge y Sylvia vivían en casas separadas pero no habían acabado con su matrimonio legal. Mientras mantenía un aparente matrimonio ideal con Marie y tenía dos hijos con ella, se encontraba con su amante una vez por semana, a veces, cada quince días. Sylvia había sido actriz y hasta había filmado una película mediocre. Ella quiso ser madre y quedó embarazada. Casualmente, la esposa legítima estaba esperando un niño. Su embarazo era de ocho meses. Fue el momento en que Lacan la abandonó para irse a vivir con su amante. 

Dora consigue desplazar a Marie-Thérese por un tiempo de la atención de Picasso. Pasan inolvidables veranos en Antibes junto a Man Ray, Ady, Eluard, Nush, Lee Miller, Rolland Penrose, Breton y Jacqueline Lamba, desnudos, en hamacas, de cara al sol, entre tragos y pipas de opio. Pero un verano es un verano, o dos. En 1943, el pintor conoce a Francois Gilot y esta vez sí, Dora es abandonada. El colapso nervioso casi la destruye sino es por la pronta presencia de Lacan que la interna un par de semanas en Saint-Anne, evitando los electroshocks, y pasándola a análisis de inmediato.

“Después de Picasso, sólo dios", decía la fotógrafa aplastada por el peso de la fama y el prestigio del andaluz. Dora Maar, en rigor, Henriette Theodora Markovich, entró en una fase mística y se encerró en su apartamento, donde murió en 1997, veinticinco años después que Picasso. Escribe Richardson: “En cuanto a la manía mística que le entró a Dora después de su separación, Picasso nos dijo que siempre había tenido una vena mística y oculta (…) La fanática recuperación del catolicismo como consecuencia de su crisis de 1947 había sido la salvación para Dora. Jacques Lacan se hizo cargo de su caso a instancias de Picasso, y al parecer utilizó ese fanatismo a modo de puente para retornar a la cordura. A efectos prácticos, Dora estaba ya completamente curada”.

Sobre la locura, la cordura y la cura habrá diversas interpretaciones, pero pocas podrán sobreponerse a la eficacia terapéutica este es un caso de un psicoanálisis que no cede ante una proposición que quizá se identifica rápidamente como un capricho cuando no es más que otra manera de armarse para un duelo y recuperar la potencia del deseo, cualquiera sea. El de Lacan, Picasso o Dora Maar.

Varios años después, los hijos que Lacan tuvo con su esposa Marie, se encontraron en forma fortuita con su padre. Él iba acompañado de Sylvie y de la hija de ambos, Judith, su preferida. Fue entonces que los hijos del psicoanalista se enteraron que su padre tenía otro hogar y que ellos tenían una hermana más. Con los años Judith se casaría con Jacques Alain Miller, absoluto heredero intelectual de los escritos de Lacan.

Gustave Courbet, en 1866, pintó un cuadro. Un óleo sobre lienzo de 55×46 cm. El cuadro muestra la vagina, el pubis, las piernas abiertas y parte del vientre de una mujer acostada sobre una sábana blanca. El cuadro es “El origen del mundo”. A Courbet no se le ocurrió llamarlo así. Pero, desde comienzos del siglo XX, es el nombre con el que se le reconoce. 


El anticuario Antoine de Narde lo compró en un remate. Más de veinte años después, el cuadro es visto en una casa de antigüedades y está cubierto por otro cuadro de Courbet: un paisaje, “La casa de Blonay”. En 1913, los dos cuadros, siempre uno cubriendo al otro, aparecen en la Galería Bernehim-Jeune, de París. Nadie sabe quién es el dueño del cuadro. El conde Ferencz Hatvany era pintor y coleccionista. Exponía en esa galería. Decidió comprar todos los cuadros de Courbet. Los llevó a Hungría y procedió como todos los propietarios anteriores de “El origen del mundo”: lo mantuvo oculto bajo otro cuadro. Los alemanes invadieron Hungría y, como lo hicieron en toda Europa, se robaron las obras de arte. La obra de Courbet fue con ellos. Los rusos la recuperaron y la devolvieron a la familia Hatvany. El conde se fue a París y, en 1955, le vendió el cuadro a Lacan.

Cuando Lacan compró “El origen del mundo” lo llevó a su casa de campo. Le pidió a André Masson, cuñado de su amante y posterior segunda esposa, Sylvia, que pintara un cuadro para ocultarlo. Así, “El origen del mundo”permaneció escondido durante años. Lacan se murió en 1981, de modo que por más de veinticinco años nadie, excepto unos pocos, supo que Lacan era dueño del cuadro. Él pudo mantener el secreto. Cuando se murió, hubo deudas importantes en la sucesión y el estado francés embargó los bienes de Lacan. Entre las posesiones, encontraron el cuadro. De esta manera, “El origen del mundo” pasó a ser de Francia y se exhibe en el Museo D´Orsay. La casa de campo donde estuvo escondido el cuadro era el lugar usado por Lacan para encontrarse con su amante. Aunque lo parezca, no hay ninguna contradicción en que un famoso psicoanalista mantenga oculto un cuadro porque se lo considere “inmoral”. Por el contrario, es coherente con la hipocresía social que un hipócrita burgués pregone lo contrario de lo que realmente piensa y hace. Y Lacan no ha sido sino otro burgués aprobado por burgueses que le concedieron autoridad para hablar sobre la conducta humana.

Gustave Courbet (1819-1877), pintor francés. Jacques Marie Emile Lacan (1901-1981), psicoanalista francés.

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